-¡¿Mamá?! –gritó desde
la otra punta de la casa
-¡Dime hijo! –contestó
Mafalda en el mismo tono
-¡Me llevo la
televisión a que la arreglen!
-¡De acuerdo Marvin, no
tardes!
Marvin agarró aquel
aparato antiguo y lo colocó sobre el carro de transporte que tenía destinado
para ello. Pesaba bastante, por ese motivo se ayudaba de las ruedas del carro.
Agarró el mando del electrodoméstico, lo introdujo en una bolsa, y salió a la
calle tras dar un portazo. Una leve sonrisa elevó las comisuras del muchacho.
No había motivo, 35 años y seguía viviendo con su viuda madre, no tenía
trabajo, y su carrera estudiantil quedó aparcada a los 10 años.
Empujando el carro
viejo torció a la derecha en la primera
esquina, y seguidamente torció a la izquierda en la siguiente que pudo. Se
plantó justo delante de una tienda vieja y andrajosa, con el escaparate lleno
de polvo y telarañas en los aparatos. Un cartel enrome y con luces de neón se
mostraba al frente del establecimiento. “Compra y Venta”, es decir, una tienda
de segunda mano. Marvin no dudó en entrar rempujando la puerta con el carro y
buscando con la mirada a alguien a quién poder engatusar.
Se respiraba un aire
sucio y polvoriento. La humedad se había adueñado de aquel lugar tan tenebroso
a ojos de cualquier ser distinto a una araña. Las cucarachas se escondían
detrás de los estantes, las manchas de “vete a saber qué” decoraban las paredes
y el suelo, y un bocadillo con el pan más verde que de otro color recibía a
Marvin en el mostrador. Al fondo, una puerta entreabierta por la falta de una
manilla decente llevaba a lo que parecía ser el almacén, dónde aquel que
entrara podría encontrarse cualquier cosa menos aquello esperado.
De repente, un chirrido
aterrador dejó ver una figura mientras la puerta se acababa de abrir del todo.
Lo que parecía ser una sombra oscura se fue convirtiendo poco a poco en un ser,
sin cabello, con los ojos medio cerrados y unos dientes amarillentos. Tenía una
cicatriz vertical en el lateral del cuello que lo hacía mucho más siniestro. No
obstante, levantó la mano derecha para saludar a Marvin mientras dejaba caer
una leve sonrisa.
-¿Qué hay Marvin? ¿Otra
vez me traes tu viejo televisor…?
-Sí tío, necesito el
dinero y no puedo pedírselo a mi madre.
-¿Para qué necesitas el
dinero? –preguntó curioso el vendedor.
-Cosas mías Mike, tú
dime cuanto me puedes dar por la televisión.
-Pues lo de siempre, el
mismo precio por el que tu madre me la va a comprar esta misma tarde. ¿No crees
que harías bien en pedirle el dinero y dejar esta tontería de vender y comprar
la televisión?
-Me preguntaría para
qué quiero el dinero.
-Es que si yo no se la
vendiera a precio de compra estaría arruinada… Me vendes este televisor tres
veces por semana y ella lo recompra tres veces más. No sé tío, no creo que
merezca eso.
-¡Tío! ¡Déjame,
cómprame el puto televisor y no preguntes más! –dijo Marvin histérico
-Vale, vale, cálmate…
-Es que cada día la
misma charla…
-¿No puedes decirme al
menos para qué es el dinero?
-Para invertirlo tío,
estoy en un proyecto laboral que me va a salvar la vida.
-Bueno, bueno, si tú lo
dices…
Mike hizo lo de
siempre, observó el televisor, comprobó el estado del mando, lo sacó todo del
carrito, y le pagó a Marvin lo de siempre. Seguidamente se despidieron y Marvin
salió de la tienda a un ritmo más bien difícil de seguir. No volvió a casa, se
perdió entre los callejones de la ciudad, pero manteniendo ese ritmo alto de
camino, mientras el sudor le iba bajando cada vez más en abundancia por la
frente. Los ojos se le salían de las cuencas, la respiración cada vez era más
angustiosa, y el ritmo cardíaco llegaba a ritmos peligrosos.
Llegó a otro callejón.
Estaba exhausto, tuvo que sentarse sobre un cubo de basura para recuperar la
calma. De detrás de una escalerilla apareció otro chaval. Iba encapuchado, vestía
pantalón ancho y únicamente se le veía una tímida y poco arreglada perilla por
debajo de la capucha.
-¿Tienes la pasta?
–dijo el encapuchado
-Si… -contestó Marvin
casi sin capacidad pulmonar
-¿De dónde la has
sacado?
-Le he robado el
televisor a mi vieja. No pasa nada, siempre lo recupera.
-Bueno, eso es cosa
tuya…
Marvin le dio el dinero
del televisor al chaval, y éste le dio una bolsita hermética con una sustancia
blanca en el interior. Marvin abrió la bolsita y metió el dedo en su interior, impregnando
su yema con aquellos polvos para luego llevárselo a la boca.
-Es buena. –dijo Marvin
-La mejor. Esto te
pegará un “chute” que te querrás tirar a tu perro.
-Bien, en un par de
días nos volvemos a ver.
-Ya sabes dónde estoy…
El encapuchado se perdió
entre los vapores de las cañerías, mientras Marvin se quedó inmóvil, observando
con atención aquella bolsita tan inofensiva a simple vista, pero tan corrompida
y peligrosa para todos. Una leve sonrisa dejó entrever los dientes de Marvin,
una sonrisa que poco a poco fue degenerando en un llanto interno de esclavitud
y sufrimiento, ya que sin ser consciente, vivía encadenado a la bolsita de los
polvos blancos.